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Debía aproximarse con cuidado. Tenía que atraparla como se hace con un ciervo o una perdiz cuando uno sale a cazar. No es bueno ir diciendo a los ciervos "por favor, caed ante mis balas". No. Es una lenta y sutil batalla. Cuando se va a cazar un venado uno debe concentrarse, meterse dentro de uno mismo y avanzar sigilosamente, antes del alba, atravez de la montaña. No es tanto lo que se hace, cuando uno va a cazar, como lo que siente. Se ha de ser astuto y sutil, hallarse fatal y completamente listo. Es como si fuese obra del destino: tu propio destino supera y determina el destino del ciervo que estás cazando. Al principio, aún antes de tener vista a la presa, se desarrolla un rara batalla, parecida a un acto imnótico. Tu propia alma, como un cazador, brota fuera del cuerpo para unirse al alma del ciervo, antes de que se halla visto ciervo alguno. Y el alma del ciervo lucha por escapar. Antes de que olfatee siquiera quien va a matarla, ya es así. Es una batalla de voluntades, imperceptible y profunda, que se desarrolla en lo invisible. Y es una batalla que no se termina hasta que la bala vuelve a casa. Cuando realmente estás tras la buena pista, y la tienes realmente a tiro, entonces no apuntas como lo haces al disparar a una botella. Es tu propia voluntad la que transporta la bala hasta el corazón de tu presa. El vuelo del proyectil hasta su blanco es la pura proyección de tu propio destino sobre el destino del ciervo. Golpea como un supremo deseo, un supremo acto de voluntad, no como un truco de inteligencia.
D.H. Lawrence El zorro (fragmento)
nada
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